‘Galatea’, la última obra de Sagarra (1948)
La tria de J. M. CasasúsEs de presumir que la última obra de Sagarra va a promover muchas discusiones. Y si por las razones que sean Galatea no logra desvelar un poco la dormida atmósfera teatral de nuestra ciudad, llegaré a la conclusión de que lo mejor que podemos hacer todos es enterrar la pluma y dedicarnos a la cría del conejo. Taxativamente será una forma de reconocer que ya no vale la pena tomarse en serio nada. A propósito de este estreno, quiero recordar que en una ocasión Sagarra me dijo que estaba dispuesto a considerar fuera de juego toda su obra anterior. A juicio suyo, Galatea iba a marcar la pauta de su nuevo camino teatral. Esta afirmación, dicha así, violentamente, en el calor de un diálogo casi periodístico, la acogí con ciertas reservas. Es muy duro oír de labios del autor más popular en nuestro país una tan seca renuncia a aquellas obras que precisamente le dieron el prestigio. Más tarde, ahora, una vez vista esta comedia, acepto íntegramente aquella confidencia y doy fe de que el teatro de Sagarra empieza en Galatea. Se trata de una comedia llena de inquietud, teatralmente perfecta y de fondo discutible pero apasionante. Es indudable que los moralistas a ultranza, los moralistas a tanto el consejo, opondrán serias reservas en cuanto a aceptar Galatea como una obra recomendable para el espíritu. Cabe admitir que esta obra de Sagarra no sea apta para menores. Pero no es para menores, porque los menores no entenderían nada absolutamente. Y para aquellos mayores que estén dispuestos a considerarla inmoral, en el caso de que sólo la encuentren inmoral, es que tampoco la habrán entendido. Reconozco que la comedia, desde que empieza hasta que termina, está escrita en un tono de cinismo intelectual absoluto. Los personajes, arrastrados por la corriente existencialista de los últimos éxodos europeos, han caído en el fondo de ese pozo que no atiende a principios morales ni a razones de generosidad y que, por andar en río revuelto, sólo saben despacharse por el camino de la anarquía más destartalada. No son unos personajes malos por el gusto de ser malos; lo son por las circunstancias y por la comodidad que representa casi siempre dejarse arrastrar al caos. En el fondo, Galatea no es más que el drama de las palabras. Los personajes hacen uso de una verdad verbal descarnada, sucia y abusiva. El suyo no es un diálogo cortés y sincero en el sentido urbano de la palabra. Es un diálogo brutal, cínico e hiriente, puesto siempre a la altura de su bárbara condición humana. Son personajes de la última guerra, segundones de esa tragedia que tiró al cesto de los papeles todos los contratos que hacían del ser humano un animal de costumbres. Es decir, todas esas buenas y bellas costumbres que permitían fingir buenos y bellos sentimientos dominicales, se fueron al agua con las prisas de una guerra que ponía la vida humana al filo de la muerte. […]