Nuestro republicanismo. Error inicial (1926)
La tria de J. M. CasasúsSiempre que entre nosotros se oye hablar de República y republicanismo, me hago la misma pregunta: ¿por qué razón los elementos más poderosos de nuestra vida colectiva en España no han sido nunca republicanos? Y cada vez he debido darme la misma respuesta: porque en nuestro país, esas fuerzas, prácticamente formidables, no encuentran cabida en el campo republicano, como si de una manera sistemática su bandera se negara a cobijarlas. Pues bien: esa exclusión, esa hostilidad manifiesta, a mi juicio ha sido el pecado original, el más grave de los errores tácticos del republicanismo hispano. Se han expuesto innumerables veces las múltiples causas que contribuyeron al fracaso del pasajero ensayo de República hecho en España durante el siglo XIX. Pero me parece que a menudo se olvida la más importante. Es ésta: la República y los movimientos republicanos españoles han fracasado siempre, ante todo porque la sociedad española no cabía materialmente en ellos. Una parte importantísima de sus miembros se quedaba fuera. […] Nunca una revolución profunda, ni tan sólo un cambio de régimen, pudieron hacerse y perpetuarse sin la colaboración activa o cuando menos la benevolencia pasiva de la parte más influyente de la sociedad que pretendían renovar. Los dos grandes modelos de revolución europea, la de Inglaterra y la de Francia, tuvieron grandes enemigos, pero también grandes colaboradores en todas las clases sociales. La persecución de su ideal no les hizo perder nunca de vista la realidad en que forzosamente debían moverse. Y esta adecuación a la realidad ambiente, tanto o más que su ardor idealista, fue lo que las condujo al triunfo. El ideal estricto del republicanismo es dar a un país una nueva energía mediante un motor nuevo, no condicionar y restringir anticipadamente su funcionamiento. El credo republicano, en su versión más pura y más amplia, no dice que la República ha de ser forzosamente esto o lo otro, enajenándose así las fuerzas que no pueden estar conformes con tal definición. Dice a todos los ciudadanos, sin excluir a nadie, que la República es el régimen que garantiza mejor la libertad y la justicia individuales y colectivas. La República no es ni puede ser un término. Es precisamente todo lo contrario: un comienzo. Por esto pueden converger hacia ella casi todos los hombres y casi todas las doctrinas, por opuestos que sean, aun sabiendo que después de la victoria deberían separarse para combatirse de nuevo. Por esto en los países donde la República es un hecho vivo, son republicanos los radicales y los socialistas, pero lo son también los generales, los banqueros e incluso los obispos. Por esto el gran error del republicanismo español fue el querer implantar -con la mayor buena fe, pero con una imperdonable falta de táctica-, no una amplia República para todos los hombres de buena voluntad, sino una estrecha República de clase.