Josep Pla 1962
08/06/2020

El ‘New Yorker’ (1962)

La tria de J. M. CasasúsLas personas dotadas de curiosidad, que generalmente consideramos unidas a una u otra forma de esnobismo, suelen considerar que la revista New Yorker, de Nueva York, es la mejor de nuestro tiempo. Los argumentos que hacen a favor de esta afirmación son a todas luces importantes. Y en general son convincentes. Conozco un poco esta revista. En diferentes épocas de mi vida he estado suscrito a ella, pero en determinados momentos tuve que dejar caer la suscripción por falta de facilidades de pagarla en dólares, facilidades que hubiera podido resolver y que no resolví por mi natural indolencia. En estos momentos vuelvo a recibir el New Yorker, que me regala mi admirado amigo Mr. Teodoro Rousseaux, del Museo Metropolitano, de Nueva York. El precedente relativamente inmediato del New Yorker es el American Mercury, que creó y dirigió el legendario periodista y escritor H.L. Mencken, […] American Mercury fue, cronológicamente hablando, la primera revista basada en el enjuiciamiento libre de los Estados Unidos. […] Han sido los ingleses los que han creado la fórmula tópica sobre lo que ha de ser una revista semanal, fórmula que se va repitiendo en todas partes y que todavía tiene, como ha podido verse en la fórmula de la revista francesa Match, una virtualidad en el gran público de proporciones inauditas. […] La revista Time, de Nueva York, contiene una cantidad de información abrumadora, impresionante. Se ha dicho muchas veces que el periodismo es el arte de la titulación, cosa que es bastante cierta. Pues bien: las grandes revistas que aparecen en el mundo contienen toda la información que han podido tener y que los periódicos dieron con su método de brochazo y de mancha visual capaz de producir una sacudida en el ánimo del que las lea. La fórmula de New Yorker es totalmente distinta. No contiene la menor información inmediata de carácter político, económico, social, es decir, de lo que hay planteado en el mundo entero y que llena las conversaciones de la gente. El público está tan acostumbrado a partir del hecho que la política y la economía constituyen lo esencial de la vida, que abrir un magazín que no contiene la menor palabra de estos aspectos decisivos produce una inmensa sorpresa. […] Por otra parte, esta revista no contiene títulos: un solo tamaño de letras y basta, porque así como en el periódico lo decisivo es la titulación, hasta el punto que puede afirmarse que casi todos los lectores de los periódicos pasan puramente los ojos por los títulos, porque para lo que son utilizadas realmente estas mercancías es para envolver, el New Yorker no produce ningún título. Contiene muchas caricaturas, que son realmente la sal del papel, generalmente sarcásticas, de un sarcasmo de tipo alusivo, marginal e indirecto y que da a la revista una intención clarísima. Luego publica ¡Dios mío! muchas poesías. […]