[if gte mso 9]> Normal 0 21 false false false ES X-NONE X-NONE Desde el batacazo del Estatut de 2006 se ha forjado una sólida unidad alrededor del derecho a decidir, una iniciativa –hay que recordarlo– nacida de la sociedad civil y asumida por una gran mayoría del arco parlamentario. No se trata de una decisión personal de un líder que ahora se pueda canjear en los despachos del establishment económico o político. No estamos ante una estrategia partidista. Es el resultado del cambio de mentalidad de un país que no renuncia a ser un sujeto político real, a ser soberano. Que aspira a unas estructuras y a una relación directa con Europa que le permitan afrontar con éxito el cambio de régimen global que vivimos y poder ser así un país sostenible y próspero, capaz incluso de aportar soluciones al mundo. El Govern, con un apoyo parlamentario plural, y con el aliento de una sociedad movilizada, ha asumido la nueva centralidad democrática, y es a partir de ella que plantea al Estado la negociación de un referéndum pactado. Pero el sistema político y mediático madrileño no parecen nada dispuestos a asumirlo, una miopía que dificulta sobremanera una solución acordada. Si no hay pacto, será necesario avanzar con la serenidad y la firmeza con las que hasta ahora se ha conducido el proceso. También se resiste a entender este nuevo escenario parte de la clase dirigente catalana, desconcertada ante el reto y temerosa de perder influencia. Esta minoría tendrá que asumir que no hay marcha atrás, que los consensos deben incluir a la sociedad, que no es de recibo menospreciar el clamor popular o frivolizar sobre el momento actual con juegos de palabras, repartiendo etiquetas tramposas. Se necesita rigor y responsabilidad, no subterfugios que son a la vez engaño y, sobre todo, autoengaño. El problema no es semántico, sino político. Nadie desactivará una realidad tan tozuda inventando conceptos de laboratorio para maquillar la evidencia que proclaman los ciudadanos en la calle, en las encuestas y en el Parlament con mayorías incuestionables. Las palabras no pueden esconder que hay un pueblo que quiere decidir su futuro colectivo en paz y libertad, que trabaja de manera cívica, que ha empujado a la clase política a afrontar sin miedo un cambio profundo para evitar la asfixia del país. La hora histórica es crucial, está en juego el futuro de un país que quiere que sus ciudadanos decidan si quieren un estado propio que asegure su plenitud. Es un ejercicio de responsabilidad democrática. Si existe una moderación, es esta. Lo único radical sería impedir su libre expresión, negar las urnas tanto a los independentistas como a los que no lo son. Hay que pasar de las palabras a los hechos. Decir las cosas por su nombre. Que nadie intente engañar con el lenguaje, y que hablen los votos. La única salida posible ya hace tiempo que está inventada y tiene un nombre muy claro: democracia. #VolemVotar